viernes, 29 de febrero de 2008
Sin miedo
Por Sonia M. Rosa-Vélez
El verano en que aprendí el significado de la palabra miedo tenía 11 años. Pasaba de primaria a secundaria y era solo una niña grande llena de poemas y sueños en mi mente. Siempre había sido miedosa. Nuestra casa era misteriosa, de madera y zinc, pequeña, rodeada por un cañaveral y un riachuelo lleno de alimañas que no se veían de día pero se escuchaban de noche.
Pasé noches en vela escuchando el batido de las alas de los muerciélagos fruteros que se alimentaban de los mangos que se amontaban en el techo de nuestra casa.
Le temí a muchas cosas, criaturitas detestables como los ciénpies o las samalandras pero nunca le temí a la gente. Nunca fui tímida. Siempre me ha gustado conocer gente, gente nueva, hablar con ellos y saber quienes son y como su vida es similar o diferente a la mía.
La historia de mi primer encuentro con gente mala se remonta a ese verano. Mis padres habían podido con muchos sacrificios construir la casa de sus sueños. La casa que nos pasó del campo a las fronteras del pueblo y nos subió a la clase media.
La casa era de cemento, cuadrada, grande, hermosa, una mansión para mis ojos de pre-adolescente. Como toda casa nueva le faltaban detallitos para perfeccionarla , entre ellos ventanas de malla para protegernos de los insectos.
Teníamos que utilizar los engorrosos mosquiteros para protegernos de los mosquitos y demás sabandijas que rodeaban la noche tropical.
Desperté con la certeza de que alguien me miraba y cuando abrí los ojos allí estaba, un hombre con una máscara blanca y un cuchillo gigantesco que apretaba mi cuello mientras me ordenaba: -“No grites”, en una cadencia casi dolorosa.
No lo obedecí y grité.
Esa noche aprendí lo que es miedo, pero también aprendí lo que es salvación.
Desde el fondo del pasillo se escuchaba la voz profunda de mi padre asegurándome que ya venía a mi rescate.
El hombre me arrastraba de la cama, con su cuchillo hincando mi cuello. El miedo se convirtió en terror, cuando en lo que había parecido una eternidad para mí, apareció mi padre, machete en mano a mi rescate.
Vi el valor en sus ojos. Iba dispuesto a dar su vida por mi. Ese día aprendí lo que es el miedo, también aprendí a vivir sin miedo.
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