por Sonia M Rosa-Vélez
Esto de tener cáncer es algo muy peculiar.
Primero, la enfermedad ataca todo lo que es sagrado para una mujer.
Para mi lo fue la pérdida (parcial) de mi cabello. No me alcanzó con leerlo en la abundante literatura que hay sobre el tema, mi oncólogo también me advirtió, como quien advierte de la llegada de un huracán. Sin embargo, cuando ocurrió y los mechones de mi abundante cabellera negra, comenzaron a decorar mi almohada, despotriqué contra la injusticia de no ser una de las bendecidas que no se les cae el cabello. Decidí atacar la situación y tomar el control. Esto de no tener control de golpe y porrazo no es mi estilo. Así que decidí afeitarme la cabeza.
Nunca quedé pelada del todo, por ser mi cabello tan oscuro y abundante, parecía que había optado por un recorte radical. Por lo menos me engañé a mi misma pensando que eso era lo que otros pensaban. A pesar de que fui proactiva y me compré una peluca, solo la utilicé una vez. La peluca era engorrosa, caliente, hasta picaba y decidí vivir día a día, con una lanita de cabello y a aquel que no le gustara mala suerte.
Han pasado un par de meses y cual ha sido mi sorpresa, el cabello ha comenzado a crecer pero, no es mi cabello. No es negro es gris, tiene una consistencia, una personalidad extraña. Parezco una araña. No hay producto de belleza que funcione, acondicionador, ni cantidad de calor con el se calme esta nueva cabellera. Es un cabello que no desea obedecer a mis mandatos. Es otra de las batallas avisadas del cáncer.
Todo ha cambiado. Los cambios han sido radicales. Tanto cambio a velocidad tan vertiginosa, marea y asusta hasta a aquellos que están acostumbrados al cambio constante. Esta mañana me miré en el espejo y no me reconocí. Me veo vieja con mis nuevas canas, estoy ojerosa, luzco cansada…, mi pelo es un desastre pero tengo el gozo de estar viva. El cabello probablemente, algún día vuelva a la normalidad…,” esto también pasará…”
viernes, 30 de noviembre de 2007
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